Noches, fiesta y muerte
SOBRE LOS JÓVENES
(Artículo publicado en Granada Digital, Plaza Nueva)
10/5/2002
Han pasado los días. Han detenido a no sé cuanta gente con miles de
pastillas de éxtasis. Las familias han enterrado a sus muertos. Otras
familias vivirán la angustia de intentar adivinar las secuelas que una
noche loca pudo haber dejado en sus hijos. Muchas, muchas más temerán
más que nunca que sus hijos salgan, con quién vayan, adónde acaben
pasada la media noche cuando ya no puedan seguir fingiendo que se
divierten. Mis alumnos parecían interesados en saber los pormenores de
los efectos y las consecuencias de esa droga que, al menos de nombre,
todos conocían Habían oído a mucha gente hablar de lo sucedido. Uno de
los fallecidos había sido alumno del centro.
Encontraban contradictorias las declaraciones de unos y otros.
No querían creer que la droga en sí misma tuviera consecuencias.
Habían oído, a unos y a otros, hablar de la posibilidad de que
estuviera adulterada. Habían, incluso, escuchado a las
autoridades en ese mismo sentido. Al pedir responsabilidades no
se pedían tanto por el hecho de que en la famosa fiesta de
Málaga hubiera circulado la droga y el alcohol, como que nadie
se hubiera ocupado de que los jóvenes se drogasen de una forma
sana, con una droga no adulterada. Algo así como si el problema
fuese que el éxtasis vendido y consumido no tenía el sello de
calidad otorgado por las autoridades sanitarias. Era como si les
reprochasen la no vigilancia de las partidas de los
estupefacientes. Varios días con la noticia de los fallecidos,
la de otras víctimas, afortunadamente no mortales, pero sí
recogidas en estado grave. Después, como siempre, el silencio.
He seguido con sumo interés las entrevistas que se han hecho en
televisión, los artículos de prensa sobre el tema. Han abundado
las casuísticas faltas de rigor, se diría que defensoras del
consumo de drogas, aunque eso sí, con algunas precauciones. Ha
habido muchas menos consideraciones serias, capaces de permitir
a los jóvenes estar realmente informados al respecto. A esa
falta de información se unen las campañas contra la droga, esas
incitaciones a divertirse de otra forma.
¿Acaso ignoran, o quieren ignorar, que la droga no es una forma
de divertirse? ¿Acaso dan por hecho que alguien puede - con sólo
quererlo - divertirse? ¿Acaso piensan que divertirse tiene que
ser obligatorio y que por supuesto los más jóvenes, y los que no
lo son tanto, tienen que pensar que si no se divierten en un
momento dado - el fin de semana - por ejemplo, serán bichos más
que raros? Ya no hay matices, ya no hay distingos. Tiempo libre:
diversión obligatoria. Cuando el tiempo libre no lo es en sí,
sino que incluso en el reloj biológico está inscrito como tiempo
de dormir, de descansar, la orden de divertirse es mucho más
difícil de cumplir. Hay distraerse, entretenerse, recrearse,
solazarse, pasar el rato, disfrutar, gozar, y otras maneras de
llenar el tiempo de ocio. El vocabulario se reduce y nos
quedamos justo con divertirse, que es en origen desviar la
atención, hacerlo sucesivamente y gracias a eso encontrar un
objeto agradable, un requerimiento de las cosas para que podamos
desviarnos de nosotros mismos, en definitiva de la situación que
creemos de monotonía. Los jóvenes salen en la noche, buscando
una magia que no dura más que el primer mes de salida. La noche
no es mágica. Nada en ninguna parte nos puede llevar a una
vivencia de plenitud, de comunicación, de felicidad de manera
necesaria. No hay tiempos excepcionales. No los volverá a haber
puesto que hemos abandonado las culturas que los hacían
posibles. El tiempo excepcional, ese que se recuerda, lo será en
función de un proyecto que cada uno tendrá que hacer y seguir.
Nuestros jóvenes no saben cómo vivir la experiencia del continuo
del tiempo y el aburrimiento es algo que no pueden evitar en
cuanto que cesan los estímulos externos. Bien saben los que
durante años han hecho que las salidas empiecen a la media noche
y duren hasta la mañana, que la mayoría no sabrá cómo pasar ese
tiempo. Los tienen en sus manos. Ese es su negocio. Seguirán con
él salvo que las autoridades entiendan que su responsabilidad
llega hasta impedírselo al precio que sea.
La responsabilidad de las familias y de los educadores estará en
hacerles madurar a tiempo y que sean capaces, ellos también, de
luchar contra los dos grandes retos del hombre contemporáneo: el
aburrimiento y la desesperanza. Lucharán sin alienarse, sin
convertirse en mercancía y negocio de nadie.
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