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Martina Martínez Tuya 

 

 

Educar para la paz

(Artículo publicado en Granada Digital, Plaza Nueva)

   
      
29/05/2003

 

Hemos elegido la paz en democracia. Es decir: hemos elegido un sistema de mayorías conseguidas en votaciones perfectamente reguladas - aunque eso no equivalga a sistemas perfectos - para asignarles el poder. No terminamos de entender, muchos aún no entienden, que el problema del poder una vez que se abandona la creencia de que es designado por Dios está en decidir si es la fuerza la que lo legitima o si se recurre al sistema democrático. Sistema que acepta que el poder no es ni absoluto, ni infalible, ni eterno; ni coincidente con la verdad, la oportunidad o la razón. Todo lo que no sea esta aceptación queda fuera de la democracia moderna y por supuesto está en la línea de la imposición por la fuerza.

Ha habido una guerra; hemos participado en ella  - como en otros conflictos anteriores - en la medida en la que un país con un ejército mínimo puede participar. Ha sido suficiente para que se haya desaprovechado una buena ocasión para EDUCAR PARA LA PAZ, en paz y pacíficamente.

Decía Montesquieu (claro que hubo quien en el PSOE dijo que había que volver a enterrarlo , y sus razones tenía) que el ciudadano, el sujeto en una democracia necesita la virtud para que esta pueda persistir. Definía la virtud como el hábito de obrar según la ley. Aquí, con independencia de la postura que se tuviera con respecto a la guerra, la izquierda y algunos más se han puesto donde solían: en la calle. En la calle y airadamente, violentamente a veces, y deslegitimando todo el sistema legal en la toma de decisiones de poder.

Han confundido, una vez más, la libertad de expresión con el derecho a la imposición del propio criterio cuando no se tiene la mayoría, o lo que es lo mismo: cuando no se tiene el poder. Han vuelto a confundir la algarada - la gente que puede llenar las calles - con la mayoría en democracia, que sólo se consigue en las urnas.

Ha resucitado el sindicato de estudiantes, una vez más, para abusar de la rebeldía de los adolescentes, de sus ganas de sacudirse el tedio que les produce ser una mayoría de alumnos sin futuro escolar con todas las frustraciones que eso conlleva, para darles la lección práctica de cómo se puede olvidar uno de todo derecho, del estado de derecho, de todas las reglas del juego democrático. Hemos asistido a la violencia de los pacifistas, a la guerra de los antibelicistas, al intento de imposición de la calle frente al poder legítimo. Al intento de sustitución de ese poder por las masas. Mala lección, pésima lección, peligrosa lección en España donde siempre late una cierta tendencia a lo anarcoasambleario que acaba en el resentimiento y por lo mismo en la fuerza.

Los jóvenes, que han llegado a ejercer un poder dictatorial en sus casas, en sus centros de estudio - aunque en ellos estudien más bien poco - en las calles los fines de semana y que necesitan casi nada para animarse a destruir, negar, arremeter contra una sociedad que les ha dado casi todo y que no les ha pedido nada son fáciles de manejar y han tenido ocasión para dar libre curso a su propia violencia. Es casi imposible hacerles comprender que en democracia la calle no es - ni debe ser - la que tenga el poder. Es difícil hacerles entender  que hay razones para justificar todo, o para demostrar cualquier cosa. Por eso mismo las democracias modernas, que ya no creen en la verdad como un absoluto ( aunque muchos se aferren a que su verdad es la única verdad, y que como decía Platón coincide - además - con el bien y con la belleza) han establecido sistemas en los que se da cabida a todas las opiniones, pero en los lugares y las formas que se regulan. Se otorga el poder de decisión según ley y no por razón de " la verdad". Hacerse oír, discrepar, discutir, todo tiene cabida en marcos que excluyen la fuerza o la presión que se ejerce bajo amenazas en la calle.

Esta guerra, desgraciada como todas las guerras, ha tenido un sobreañadido por el que el país va a pagar un alto precio. Ha sido ocasión para una mala, una malísima lección de EDUCACIÓN PARA LA PAZ. La pésima lección en muchos casos ha sido recibida en las mismas aulas o en los mismos centros educativos con el placet de las autoridades e incluso a instancias de las mismas. La paz se ha defendido al margen del sistema democrático cuestionándolo de forma grave y atacándolo de palabra y de hecho. Ha sido, además, la ocasión para que todos los violentos encuentren legitimada su violencia. Ha sido, también, ocasión para polarizar el debate previo a unas elecciones dando lugar a la demagogia más repugnante y haciendo - y eso es lo más grave - que una nueva generación tenga la peor lección práctica y el peor ejemplo sobre qué ha de ser un ciudadano y cuáles sus obligaciones en lo que a conocimiento sobre la realidad, análisis sobre el debate político y acatamiento de la ley en la discrepancia, que es lo difícil, se refiere.

 

 

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