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Martina Martínez Tuya 

 

 

Problema: la diversión de los adolescentes

       (Artículo publicado en Granada Digital, Plaza Nueva) 
   

     
20/10/2003

 

 

       Un mensaje enviado de forma anónima a través del enlace de mi página web me ha servido hoy de título para el artículo. Alguien, algún adolescente sin duda, mandaba ese mensaje que más bien parece una llamada de atención, un requerimiento para que alguien, yo en este caso, hable del tema. Lo haré, aunque sólo sea por si he acertado y hay un adolescente que quiere saber por qué la diversión, eso que se nombra así y que tan difícil resultaría definir, es un problema, se ha convertido en un problema. Empezaré diciendo que el mayor problema de la diversión es considerarla obligatoria, algo que hay que conseguir cueste lo que cueste y algo en suma que depende de nuestra voluntad conseguirlo. El otro gran problema es considerar que el aburrimiento también es tan natural, tan obligado como el hecho de intentar contra viento y marea divertirse. Falta lo más importante: llegar a deslindar campos entre entretenerse, distraerse, pasar el rato, pasar el tiempo, solazarse, disfrutar, gozar, y cualquier otro verbo o expresión que se les ocurra y que venga a confluir con los que he nombrado, en el hecho de resultar eficaz para llenar los tiempos muertos de la acción o simplemente de la vida cuando se presenta como ese continuo, como esa durée que decía Bergson, que empezamos a no poder sobrellevar en cuanto que sentimos el mal de los tiempos modernos: el aburrimiento.

      Se abusa del término adolescente cuando debería reservarse para una fase de desarrollo psicológico a la que desgraciadamente muy pocos jóvenes llegan, pero dado que se ha convertido en un término común para jóvenes de entre 14 y 18 años podremos utilizarlo así. El verdadero adolescente tiene la vivencia de la separatividad esencial, de la distancia insalvable que hay entre él y los otros. Tiene también la vivencia de su falta de poder para procurarse cualquier estado de conciencia con sólo desearlo o haciendo cualquier cosa que sea. Cuando ha llegado aquí ha tenido la experiencia de lo que es saberse un individuo: un ser absolutamente único e irrepetible que no puede nunca predecirse, que no puede nunca saber cómo va a sentirse - aunque intente procurarse determinadas vivencias con la esperanza de que surjan en él -.

      Desde los 12 -14 años los que seguimos llamando niños, pero que ya ciertamente han dejado de serlo, tienen conciencia del tiempo que pasa para nada, de ese vacío al que llamamos aburrimiento y que surge en ellos en cuanto que no son solicitados desde fuera, en cuanto que la acción no los reclama o algo oído, visto, sentido físicamente los abandona. Es una primera conciencia de la distancia entre ellos y el mundo y es una experiencia difícil de vivir si no han aprendido a estar con ellos mismos, a hacer sus propios proyectos, a mirarse, a escucharse. Es algo desolador para aquellos que no reaccionan más que a los estímulos externos y aún de entre estos sólo a los más fuertes, a los más agresivos, a aquellos que les obligan a la acción o les fijan la atención. Es algo desolador para los que tienen un mundo mínimo de intereses y en general de intereses muy dependientes de los demás o de las circunstancias objetivas. Ese aburrimiento genera una añoranza infinita de plenitud que calme, que reinserte a ese chico, a esa chica en ese todo continuo y sin fisuras que había sido su infancia. Necesita vivir de tal forma que nada le haga pensar en volver al aburrimiento.

      Cualquier oferta será aceptada. Todo menos admitir que él tenga que enfrentarse a esa soledad entrevista, a ese aburrimiento. El adolescente, a los chicos y chicos de esta edad se les empieza a llamar así, reclama el derecho a divertirse y lo hace reclamando el derecho a realizar determinadas actividades creyendo que divertirse puede ser un derecho. ¿ A qué aspira? Las más de las veces a dejar de sentirse, a volver a una actividad - en este caso lúdico-compulsiva - que aleje de sí el aburrimiento, esa sensación de vacío, de gratuidad en el mundo, de ser a la deriva. Quiere ese olvido, reclama esa compulsión, ese sentirse fuera de sí. Es difícil que lo consiga siempre, que lo consiga justo cuando lo necesita, que tenga la intensidad que él quiere, que pueda esperar en el tedio hasta una ocasión en la que sea posible. No quiere nada a media luz, nada que mitigue su vacío. No lo quiere porque eso no le sirve.

      El primer engaño es hacerle creer que en esto no hay más que divertirse como ese estado de extroversión total, de rara intensidad - tal y como él lo imagina - y que no es sino una forma un tanto infantil de extroversión. Una forma que ha de ser total. Por eso, y porque la mayoría carecen de recursos personales para entretenerse, solazarse, distraerse - que implican encontrar alivio, sin olvidar el mal, sabiendo de su limitación y su caducidad - , el adolescente, ese joven que quizá no pueda nunca ser un verdadero adolescente, se revolverá airado contra todo y contra todos los que él crea que le privan de ese derecho, de eso que él considera un derecho. Ese es el principio del gran problema de la diversión de los adolescentes: la búsqueda agresiva y compulsiva de la diversión. Por ella se dejarán engañar por cualquiera, manipular por propios y extraños, aceptarán cualquier humillación, pondrán en peligro su vida cuando busquen el riesgo como situación de tensión, despreciarán todo lo que no les asegure ese olvido. Culparán a los demás, se culparán a sí mismos. El adolescente castigará a los otros, se castigará, y siempre correrá el riesgo de buscar en la química el único olvido seguro.

      Entender que el tiempo es esa durée sin excepciones en la que sólo nosotros podemos hacer que esté más o menos llena de excepcionalidad, de intensidad gracias a nuestros proyectos y que esos proyectos no son el olvido sino la manera de encontrar entretenimiento, placer, solaz, distracción, sentimientos que aparecen sin que podamos culpar a nadie ni culparnos de lo que puedan durar, del hecho mismo de que a veces se resistan a aparecer. Todo lo demás es puro marketing, pura propaganda, pura demagogia, puro engaño. Buscar intereses, interesarse por las cosas, abrirse a la propia realidad es el camino de la diversión, de la individualidad. Olvidar que somos humanos y no dioses es el camino de la huída. Aceptar nuestra limitación, pero también todas las posibilidades que podemos disfrutar y compartir es el camino de la madurez. El problema de los adolescentes, como el de los adultos en general, no es la diversión, no debería serlo. El problema es vivir procurando sacar el mejor partido a la vida en todos sus momentos. Es un problema porque requiere sensibilidad, capacidad para aceptar y aceptarnos, proyectos que hagan del tiempo algo ilusionado, valor para aceptar los tiempos muertos y los malos tiempos: valor para escapar al canto de las sirenas.

 

 

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