Problema: la diversión de los adolescentes
(Artículo publicado en
Granada Digital, Plaza Nueva)
20/10/2003
Un mensaje enviado de forma anónima a través del enlace de mi página web me ha
servido hoy de título para el artículo. Alguien, algún adolescente sin duda,
mandaba ese mensaje que más bien parece una llamada de atención, un
requerimiento para que alguien, yo en este caso, hable del tema. Lo haré, aunque
sólo sea por si he acertado y hay un adolescente que quiere saber por qué la
diversión, eso que se nombra así y que tan difícil resultaría definir, es un
problema, se ha convertido en un problema. Empezaré diciendo que el mayor
problema de la diversión es considerarla obligatoria, algo que hay que conseguir
cueste lo que cueste y algo en suma que depende de nuestra voluntad conseguirlo.
El otro gran problema es considerar que el aburrimiento también es tan natural,
tan obligado como el hecho de intentar contra viento y marea divertirse. Falta
lo más importante: llegar a deslindar campos entre entretenerse, distraerse,
pasar el rato, pasar el tiempo, solazarse, disfrutar, gozar, y cualquier otro
verbo o expresión que se les ocurra y que venga a confluir con los que he
nombrado, en el hecho de resultar eficaz para llenar los tiempos muertos de la
acción o simplemente de la vida cuando se presenta como ese continuo, como esa
durée que decía Bergson, que empezamos a no poder sobrellevar en cuanto que
sentimos el mal de los tiempos modernos: el aburrimiento.
Se abusa del término adolescente cuando debería
reservarse para una fase de desarrollo psicológico a la que desgraciadamente
muy pocos jóvenes llegan, pero dado que se ha convertido en un término común
para jóvenes de entre 14 y 18 años podremos utilizarlo así. El verdadero
adolescente tiene la vivencia de la separatividad esencial, de la distancia
insalvable que hay entre él y los otros. Tiene también la vivencia de su
falta de poder para procurarse cualquier estado de conciencia con sólo
desearlo o haciendo cualquier cosa que sea. Cuando ha llegado aquí ha tenido
la experiencia de lo que es saberse un individuo: un ser absolutamente único
e irrepetible que no puede nunca predecirse, que no puede nunca saber cómo
va a sentirse - aunque intente procurarse determinadas vivencias con la
esperanza de que surjan en él -.
Desde los 12 -14 años los que seguimos llamando
niños, pero que ya ciertamente han dejado de serlo, tienen conciencia del
tiempo que pasa para nada, de ese vacío al que llamamos aburrimiento y que
surge en ellos en cuanto que no son solicitados desde fuera, en cuanto que
la acción no los reclama o algo oído, visto, sentido físicamente los
abandona. Es una primera conciencia de la distancia entre ellos y el mundo y
es una experiencia difícil de vivir si no han aprendido a estar con ellos
mismos, a hacer sus propios proyectos, a mirarse, a escucharse. Es algo
desolador para aquellos que no reaccionan más que a los estímulos externos y
aún de entre estos sólo a los más fuertes, a los más agresivos, a aquellos
que les obligan a la acción o les fijan la atención. Es algo desolador para
los que tienen un mundo mínimo de intereses y en general de intereses muy
dependientes de los demás o de las circunstancias objetivas. Ese
aburrimiento genera una añoranza infinita de plenitud que calme, que
reinserte a ese chico, a esa chica en ese todo continuo y sin fisuras que
había sido su infancia. Necesita vivir de tal forma que nada le haga pensar
en volver al aburrimiento.
Cualquier oferta será aceptada. Todo menos
admitir que él tenga que enfrentarse a esa soledad entrevista, a ese
aburrimiento. El adolescente, a los chicos y chicos de esta edad se les
empieza a llamar así, reclama el derecho a divertirse y lo hace reclamando
el derecho a realizar determinadas actividades creyendo que divertirse puede
ser un derecho. ¿ A qué aspira? Las más de las veces a dejar de sentirse, a
volver a una actividad - en este caso lúdico-compulsiva - que aleje de sí el
aburrimiento, esa sensación de vacío, de gratuidad en el mundo, de ser a la
deriva. Quiere ese olvido, reclama esa compulsión, ese sentirse fuera de sí.
Es difícil que lo consiga siempre, que lo consiga justo cuando lo necesita,
que tenga la intensidad que él quiere, que pueda esperar en el tedio hasta
una ocasión en la que sea posible. No quiere nada a media luz, nada que
mitigue su vacío. No lo quiere porque eso no le sirve.
El primer engaño es hacerle creer que en esto no
hay más que divertirse como ese estado de extroversión total, de rara
intensidad - tal y como él lo imagina - y que no es sino una forma un tanto
infantil de extroversión. Una forma que ha de ser total. Por eso, y porque
la mayoría carecen de recursos personales para entretenerse, solazarse,
distraerse - que implican encontrar alivio, sin olvidar el mal, sabiendo de
su limitación y su caducidad - , el adolescente, ese joven que quizá no
pueda nunca ser un verdadero adolescente, se revolverá airado contra todo y
contra todos los que él crea que le privan de ese derecho, de eso que él
considera un derecho. Ese es el principio del gran problema de la diversión
de los adolescentes: la búsqueda agresiva y compulsiva de la diversión. Por
ella se dejarán engañar por cualquiera, manipular por propios y extraños,
aceptarán cualquier humillación, pondrán en peligro su vida cuando busquen
el riesgo como situación de tensión, despreciarán todo lo que no les asegure
ese olvido. Culparán a los demás, se culparán a sí mismos. El adolescente
castigará a los otros, se castigará, y siempre correrá el riesgo de buscar
en la química el único olvido seguro.
Entender que el tiempo es esa durée sin
excepciones en la que sólo nosotros podemos hacer que esté más o menos llena
de excepcionalidad, de intensidad gracias a nuestros proyectos y que esos
proyectos no son el olvido sino la manera de encontrar entretenimiento,
placer, solaz, distracción, sentimientos que aparecen sin que podamos culpar
a nadie ni culparnos de lo que puedan durar, del hecho mismo de que a veces
se resistan a aparecer. Todo lo demás es puro marketing, pura propaganda,
pura demagogia, puro engaño. Buscar intereses, interesarse por las cosas,
abrirse a la propia realidad es el camino de la diversión, de la
individualidad. Olvidar que somos humanos y no dioses es el camino de la
huída. Aceptar nuestra limitación, pero también todas las posibilidades que
podemos disfrutar y compartir es el camino de la madurez. El problema de los
adolescentes, como el de los adultos en general, no es la diversión, no
debería serlo. El problema es vivir procurando sacar el mejor partido a la
vida en todos sus momentos. Es un problema porque requiere sensibilidad,
capacidad para aceptar y aceptarnos, proyectos que hagan del tiempo algo
ilusionado, valor para aceptar los tiempos muertos y los malos tiempos:
valor para escapar al canto de las sirenas.
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