El paisaje no es el entorno, ni eso que llamamos el medio. El paisaje es una creación de la Estética. Por lo mismo resulta comprensible la importancia que ha tomado a partir del Romanticismo. Los paisajes no son hijos de la vida, de lo fáctico, de lo objetivo, sino de la contemplación, del distanciamiento. Pertenecen a la Estética, que es tanto como decir a la vivencia individual, a la sensibilidad. Los paisajes son opinables, dependen del gusto y suscitan sentimientos y vivencias en general que serían absolutamente individuales si no fuera por la propaganda turística. Son hijos de la mirada, no de la vista. En estos dos libros (1), y en mayor o menor medida hay paisaje, pero hay, sobre todo, paisanos: paisanaje – para unificar un poco los términos y darles esa unidad que evidencia un significado-. Hay hombres y mujeres y, de forma muy importante, también niños. Todos ellos en su entorno, en su medio. Este entorno, gracias a la mirada del narrador, se convierte a veces en paisaje. Ellos, los personajes, son ajenos a él. Ellos, los personajes, nos obligan – como toda incursión en el mundo del otro – a sentir el lugar como un medio en el que la vida ha de ser posible. Es, son lugares para la Ética: encuentro siempre con lo bueno y lo malo, con las posibilidades de elección y sus consecuencias. Los conocemos, a esos hombres y mujeres lo mismo que a los niños, más bien por eso. Por la Ética tanto del grupo como de ellos individualmente. Paisanaje, en definitiva, ejemplo de la vida y de la dureza de la vida a pesar de, a veces, tener lugar en paisajes que podríamos – que de hecho consideramos- como maravillosos; de una belleza de elegía bucólica y contrastes de una dureza inusitada muchas veces. …
(1) CUANDO SOPLA EL ÁBREGO Y EN LA MANCHA Y MÁS ALLÁ , de los que es autora la ponente
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