Martina Martínez Tuya

 

 

La mujer en el siglo XXI

 

 

De la misma forma que el siglo XIX sentó las bases de toda la técnica y la tecnología que ha permitido el avance del siglo XX, podemos decir que en lo que a la mujer se refiere, el siglo XX ha sentado las bases de lo que será la vida de la mujer en el XXI

Puede que alguien piense que eso es lo normal, que siglo a siglo es lo que ha ido sucediendo, pero no es cierto.

Las diferencias cualitativas y cuantitativas que se han producido en estos dos siglos no son comparables a las de ninguna otra época.

Incluso las cosas que parecen más simples: pongamos por caso el vestido:

Cada época ha tenido su moda, pero en siglo XX la mujer cambió el corsé, la camisa, los calzones de encajes o sin él, las enaguas y el traje largo, por la combinación, el sujetador, la faja o sin faja, el vestido corto, los pantalones. Se descubre la cabeza, acaba abandonando los guantes. Imaginen la gran ruptura. Imaginen una dama de La Belle Époque  y una de la moda charleston. Desde ahí no han parado los cambios, pero ya no ha vuelto la ruptura. Imaginen el final de aquellos bañadores con pantalones y faldas superpuestas hasta debajo de la rodilla con el bañador más o menos escotado – incluso con el biquini o el top less. No cabe duda de que el biquini fue un paso más, pero no algo radicalmente diferente.

 

El siglo XX, sobre todo la segunda mitad, se ha atribuido no ya los cambios reales, sino también otros muchos que no lo son, o no lo son de una manera tan radical.

De la misma forma que la técnica fue la que cambió nuestras vidas y no así la ciencia en sí misma. También esa técnica, llegando o queriendo llegar a toda la población, ha generado todo eso que llamamos contaminación y otros muchos desafueros – incluida la obesidad creciente, por poner un ejemplo- en ese aplazamiento que siempre se toma la realidad hasta que se despliega en las consecuencias.

 

Este principio de siglo será el de “las consecuencias”.  Será el que tendrá que lidiar con las contradicciones, los desajustes, las perversiones que algunos cambios – hechos muchas veces no en las mejores circunstancias  y con intereses no demasiado presentables– han generado.

Las mujeres hemos sido, sin duda alguna, las que más cambios hemos soportado. Unos, como verdaderos cambios y otros no tanto en sí como en su extensión. Será esa extensión a las distintas clases sociales, hoy día incluso a colectivos impensable hace sólo unos años- como los inmigrantes – los que obliguen a replanteárselo casi todo, a crear estrategias muy diferentes de las habituales. Eso, y la necesaria toma de conciencia de la realidad.

 La realidad que no es como suele pensarse sólo la objetiva, sino de forma muy significativa y prioritaria la personal. Una realidad objetiva que ya no se ve, que está siempre oculta, debajo de las elaboraciones tecnológicas. Una realidad subjetiva ajena a las culturas tradicionales y más aún a las más atávicas que han acabado siendo el lugar de huída ante la incapacidad para vivir.

Toda la corriente filosófica, psicológica, literaria va en torno a ese reto de encontrarse con la propia subjetividad. Vamos a ver por qué en el caso de las mujeres esto es doblemente cierto y doblemente indispensable

             

 

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