Martina Martínez Tuya

 

 

 

La herencia de Sartre

 

Este año se celebra el centenario del nacimiento de Jean Paul Sartre.

Es chocante lo desapercibido que está pasando.

¡Parece mentira!

El Existencialismo fue el eje del pensamiento en la Europa que se iba alejando de la Segunda Guerra Mundial mientras intentaba vivir en la desesperanza del fin de las ideologías que habían sustituido a la religión desde el siglo XIX.

El Existencialismo de Sartre poco tiene que ver con el de Kierkegard, y bastante – aunque llegasen a estar violentamente enfrentados- con el de Camus.

El hombre contemporáneo es un hombre sin Dios que ha de enfrentare a la situación del hombre libre, o de un hombre con un Dios que ya no explica su vida y al que ya no sigue en una moral que pueda cubrir toda la casuística del vivir contemporáneo. Este es un mundo hijo de la ciencia en una fase tecnológica en la que la inmensa mayoría utiliza toda clase de recursos pero que jamás alcanzará a comprender ni siquiera la casuística de esa realidad que le rodea.

Desde Sartre, al menos filosóficamente, ya no tiene sentido la lucha por la libertad. El hombre será libre, o no será. “Yo soy mi libertad”, dice  Orestes a Júpiter, en LAS MOSCAS.

Ese hombre libre no es un hombre todopoderoso. Es un hombre limitado, que quisiera renunciar a su libertad pero que sabe que “está condenado a ser libre”.

 Desde ahí parte el mundo en el que estamos. Ese mundo que conocemos- aunque el término haya sido comprendido de las formas más peregrinas – como LA POSTMODERNIDAD.

 La modernidad creyó en las ideologías. Creyó en cierta manera en los absolutos. A veces, como en el caso del marxismo y en general en todas las utopías, en el absoluto laico. El hombre sería acogido en una comunidad y perdería así la conciencia dolorosa del ser separado, del ser existiendo para nada.

Sería un hombre sin intimidad, sería un ser huyendo del silencio, de la inacción, de la soledad. Una huída que se haría más y más compulsiva a medida que iban desapareciendo los mitos religiosos, los tradicionales y aquellos que eran sustentados por las pequeñas comunidades como restos moribundos de las antiguas religiones.

 Muchos han intentado aprovecharse de esa huída. Desde las ideologías que destrozaron Europa y causaron millones de muertos al consumo, a la deificación del ocio como consumo. Desde esas ideologías a las que podíamos considerar light: ¿qué fue el movimiento hippie?, ¿¿qué fue realmente el famoso Mayo del 68 en la forma en que fue vivido?, ¿qué es el ecologismo militante?, ¿qué hay detrás de la mayoría de las ONGS, de las bandas adolescentes, del sindicalismo furibundo, de ese anhelo de pertenencia que llena las plazas y las catedrales con la excusa del luto por el Papa?

 Sartre, con independencia de su compromiso político, será siempre el que nos puso ante el hecho mismo de existir, ante la existencia como elección permanente; el que supo encontrar frases redondas, frases que de inmediato pueden ser memorizadas y que rompen con aquello de que vale más una imagen que mil palabras.

Aquel casi grito de Orestes: “Estoy absolutamente solo y soy absolutamente libre” tiene la fuerza de una evidencia radical.

Después de eso no llega el paraíso. Llega la Nausea, la gratuidad del vivir, la angustia y el miedo. Desde ahí hay que vivir cada día, cada instante de cada día.

From seguirá este camino y nos dejará un precioso libro, “El miedo a la la libertad”, donde refleja ese intento desesperado por librarnos de ella.

Albert Camus nos ayudará a vivir sin los mitos y a alejarnos de la nostalgia de haberlos perdido.

 Es grave, es lamentable y grave, que se prive a la gente del conocimiento de estos hombres. Ellos nos dieron las claves para entender el mundo que ha seguido caminando y que por ser ignorado va dejando la cuneta llena de muertos vivientes.

 

 

 

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