Martina Martínez Tuya

 

 

Condenados a ser adolescentes

 

 

Cuando en el Claustro de Profesores propuse este título para la lección inaugural del curso, mis colegas respondieron de una forma muy peculiar. Hubo quien dijo que no debía de asustarles. Hubo quien esbozó una ligera sonrisa que sólo parecía una forma de no entender el sentido exacto de mis palabras. Hubo quien dijo, simplemente: ¡es demasiado fuerte! Lo cierto es que nadie pareció particularmente encantado con el título.

Les explicaré:

Quise sorprenderles, pero quise, quiero- ante todo- avisarles.

 Un condenado, ya saben, es desde el que está en la cárcel por un tiempo, al que espera que le den muerte en algún país en el que la pena capital aún no ha sido suprimida. Un condenado es siempre alguien que no puede escapar a su situación, que no puede hacer nada por eludirla; que tiene que estar ahí, esperando que pase el tiempo.

¿Significa eso que no puede hacer nada?

Vamos a dejar ahí esta pregunta, pero volveremos a ella más tarde.

 Uds. no están condenados a prisión, ni condenados a muerte, sólo condenados a ser adolescente – que es algo mucho menos terrible, al menos en principio.

La primera pregunta, antes incluso de entrar  en qué sea exactamente eso de ser adolescente, sería – sin duda ya han pensado en ello- sería: ¿Por qué Uds.?

¿Acaso son los primeros adolescentes del mundo, de este país?

 No, no lo son. No son los primeros.

Pero como colectivo, como grupo de edad, como generación, sí que son los primeros que aquí, en este país, están condenados a serlo, no pueden dejar de serlo.

                 

 

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